Llevo todo el día con un agujero en el estómago… o en el alma…no lo sé. He respirado profundamente muchas veces para ver si lo logro llenar, no ha funcionado. Ya recordé mis momentos felices, sin mucho éxito y de los tristes intento conservar en la consciencia que siempre fueron finitos… pero no lo logro. Apenas puedo contener el llanto y me tiemblan los labios cuando tomo agua….la sonrisa institucional también ha dejado de funcionar, resulta que aun no consigo dejar de ser transparente.
Me duele, me duele mucho y más porque por un momento creí que ya no dolería más, por un momento, de hecho, el hueco estomacal indicaba más emoción por anticipación y no el dolor del deseo que sabe no será satisfecho. Una vez más. Me equivoqué. Bajé el sistema de defensa. Que tonta. Ahora no sé que hacer, hace ya mucho tiempo que no me sentía así…
Lo difícil es encontrar empatía, alguien a quien contarle y que escuche….que comprenda, me distraigo en el cine, las reuniones con los amigos, los adornos navideños, los preparativos de la cena, las compras… ah, pero la noche no perdona. Junto con ella llega el visitante nocturno que se encarga de recordarme, de gritarme, clava su garra y el hueco se me hace abismo, me atraviesa pero no me permite diluirme, lloro porque pronto deje de sentir, por cerrar los ojos e ir allá donde todavía todo es posible.
Las mañanas las lleno de ruido, de tareas, de pláticas sobre la efeméride del día y el clima que esta tan frío. Me entretengo en cualquier cosa y finjo no escuchar cuando me susurra al oído: eres mía…y no me importa. Río de nuevo o reviso el mail aunque sé que ahí no hay nada, busco discos, leo un poco, trabajo. Lo ignoro lo mejor que puedo y durante el mayor tiempo posible. Cuando se logra colar su voz me recuerda de nuestra cita nocturna, porque todavía hay mucho por desgarrar, me habla de lo mucho que va a disfrutar el encontrar las pocas esperanzas que queden para hacerlas pedazos y desangrarlas en mi cara. Y de nuevo me hará suya, hasta que deje de ser yo y me convierta en el abismo.
Sin estrategias, perdida, lastimada, asustada detrás de mi escudo rasgado, me va ganando el hastío, ya no lo quiero intentar más… estoy enferma de intentar.
Lo primero que quise fue marcharme bien lejos
en el álbum de cromos de la resignación.
Pegábamos los niños que odiaban los espejos,
guantes de Rita Hayworth,
calles de Nueva York.
Apenas ví que un ojo me guiñaba la vida,
le pedí que a su antojo dispusiera de mí.
Ella me dio las llaves de la ciudad prohibida
yo todo lo que tengo, que es nada, se lo di.
Y así crecí volando y volé tan deprisa
que hasta mi propia sombra de vista me perdió.
Para borrar mis huellas destrocé mi camisa,
confundí con estrellas las luces de neón.
Hice trampas al pocker, defraudé a mis amigos,
sobre el banco de un parque dormí como un lirón;
Por decir lo que pienso, sin pensar lo que digo
más de un beso me dieron y más de un bofetón.
Lo que sé del olvido lo aprendí de la luna
lo que sé del pecado lo tuve que buscar
como un ladrón debajo de las faldas de algunas
de cuyo nombre ahora no me quiero acordar.
Así que de momento, nada de adiós muchachos,
me duermo en los entierros de mi generación.
Cada noche me invento, todavía me emborracho.
Tan joven y tan viejo, like a rolling stone.
Tan joven y tan viejo. Joaquín Sabina
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