jueves, mayo 17, 2007

Otra clase de desnudo.

Hace dos semanas experimentaba una leve sensación de arrepentimiento por no haber sido capaz de participar en la foto de Spencer Tunick. El viernes previo a la toma me sentía convencida de hacerlo, sin embargo, para el sábado en la noche se me había agotado la euforia y finalmente decidi no ir.

El lunes siguiente escuchaba como Guillermo Ochoa en su “Vida va” hablaba de cómo la vida se le puso de oferta y él también, la dejó pasar. Y no es que muera por quitarme la ropa. De alguna manera creía que el atreverme a hacer algo como eso representaría un paso más arriba en mi escala evolutiva. Menos miedos, menos angustias y traumas. Más yo.

Desde hace poco más de un mes que ando como Dante de paseo por mi muy personal infierno bajo la guía de La Bruja, que hace las veces de Virgilio. Aventurándome por primera vez en los terrenos de mi lado oscuro, he tenido días difíciles pero interesantes, experimentando a gran intensidad una serie de emociones que se alejan con mucho de lo políticamente correcto y en ocasiones, de lo llamado moral.

Así, mientras una persona me relataba los pasos que tomaba en la administración de su vida, me sentía profundamente enojada porque ¿cómo es posible que alguien tome decisiones así de estúpidas?, dejando de ver por unos momentos que apenas unos días antes de esa conversación, yo misma había hecho una mala elección, olvidándome de que también tengo la misma o hasta una mayor capacidad de ser por momentos una completa idiota.

No es agradable asimilar el potencial maligno. No sabe uno que hacer con él. ¿En qué nos convierte el reconocimiento de ese otro lado de uno mismo?, ¿cómo nos transforma el descubrimiento de que, de pronto, podemos no desearles lo mejor a quienes queremos?

Yo me atreví a confesar una de esas emociones malsanas con la disparadora y receptora de mi mala vibra. No sé si pensó que bromeaba, pero al parecer la confesión no afectó nuestra relación. Puedo ahora tener mayor confianza en que en verdad, como amigas, podemos hablar de todo, le puedo decir lo peor de mi misma y ella, se va a quedar.

Y como el arrepentimiento es una inversión perdida, he dejado de lamentarme por no haber asistido al zócalo y opto por mostrarme ya no ante 18,000 desconocidos, sino ante los ojos que quiero:

Envidiosa, rencorosa, iracunda, pretenciosa, egoísta, a veces perversa, vengativa, cruel, lujuriosa, orgullosa, controladora, intransigente, inflexible, prejuiciosa, resentida, aplastante, egocéntrica, maliciosa, reprimida, autoritaria, más lo otro que de mi ya conocen.

Creo no haberme quedado con nada. Esta soy yo.

Desnuda.