martes, febrero 17, 2009

Una primera acción.

Estoy en el último año de mi segunda carrera en la UNAM como Licenciado en Relaciones Internacionales. A lo largo de los tres años anteriores he vivido de la mano de mis profesores catarsis y experiencias que en su gran mayoría me han producido más dolor emocional que alegría y que, sin embargo, agradezco profundamente haberlas vivido. Ahora sé que una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida fue el haberme decidido a darme el lujo (porque lo es) de estudiar una segunda carrera y el trabajar no sólo para "pasar" las materias sino para verdaderamente obtener la mejor nota y el mejor aprovechamiento de ellas. Este esfuerzo de desvelos entre semana, viernes en casa haciendo tareas y sábados despertando temprano por la mañana, han contribuido a esa intención tan personal de ser la mejor versión posible de mí misma.

Contínuamente lloro y me desespero y básicamente pierdo la esperanza en la humanidad conforme mi cerebro va adquiriendo la capacidad de comprender mejor las cosas. Voy entonces de la completa desazón al cinismo, pasando por las ganas de cambiar de nacionalidad y hasta de especie, y siempre, siempre cuestionándome si hay algo que yo o alguien, cualquiera, pueda hacer para mejorar la situación. Estoy decidida a hacer de mi tesis una de las temporadas más apasionantes en mi vida y tengo la muy alta aspiración de aportar con ella algo real y tangible (después de todo no puedo dejar de ser ingeniero) que sirva al mejoramiento de mi país.

En honor a la verdad, tampoco me comprometo con mis objetivos y las más de las veces soy seducida sin mucho esfuerzo por la pereza y la desidia hasta que algún estímulo heroico logra vencer mi comodidad y entonces, la inquietud regresa. Estoy pues, parafraseando a Benedetti, jodida y radiante, quizá más lo primero que lo segundo y también viceversa*.

En el camino hago lo que puedo y quiero y también lo que no quiero para mejorar la situación (empezando por la mía, claro) mientras me decido a emprender la marcha con la que cambiaré al mundo. Tiro la basura en el bote y si no hay la guardo para cuando encuentre uno, leo lo más que puedo, me espero en los altos aunque no pase ningún carro en la otra calle, llevo mi bolsa de mandado al super para no ocupar de plástico, cedo el paso si me lo piden y si no me lo piden no estallo en episodios de ira y mentadas, me gusta saber el himno nacional aunque no lo vaya a cantar en un evento deportivo y no tenga honores a la bandera en mi futuro, pago mis impuestos, escribo "que" con q y procuro tener buena ortografía pues considero que el español no necesita otro asesino. Hago todas las cosas pequeñas que sí puedo hacer, aunque me sigan frustrando aquellas que están fuera de mi alcance, lo que me lleva al objetivo de este mensaje.

Recibí de un antiguo compañero de la vocacional una copia de una carta atribuída a Denise Dresser y dirigida a Carlos Slim a razón de su participación en esa pasarela que llamaron foro "Qué hacer para crecer". La busqué en el sitio de el periódico El Universal, La Jornada y Proceso. Sólo la encontré en el último y como tal, no puedo garantizar la veracidad respecto de la autoría. La comparto con ustedes no con la intención de iniciar una campaña de esas que dividen a la sociedad entre los que tienen y los que no, porque para eso ya Pedro Infante estelarizó un par de excelentes películas hace más de 60 años. La mía es una invitación a reflexionar sobre qué podemos hacer cada uno de nosotros en nuestros pequeños o grandes feudos y cotos de poder por nuestra patria, entendiéndola no como esa señorita que deja entrever sus senos voluptuosos en la portada de los libros de texto de primaria, sino como la patria mi escuela, mi calle, mi lugar de trabajo, mi empresa, mis hermanos y mis sobrinos, mi equipo de futbol, mi jardinera donde me siento a descansar, mi microbus, mi metro y mi puestito de garnachas.

Hay voces que no encuentran eco por no convenir así a los intereses de algunos y hay esfuerzos que se pierden al no encontrar resonancia con otros. Hagamos pues consciencia (o conciencia, sigo con la duda de cuál de las dos utilizar) y explotemos nuestra humana tendencia al egoismo en formas en las que al estar mejor nosotros, de rebote ayudemos al resto a que también lo estén. Estoy emocionada por escuchar lo que ustedes, mis profesores y amigos, tienen que decir.

La carta de Denise Dresser la pueden leer a continuación o si prefieren, en esta liga:
http://www.proceso.com.mx/opinion_articulo.php?articulo=66406
*Viceversa. Mario Benedetti.

Carta abierta a Carlos Slim

DENISE DRESSER

Estimado Ingeniero: Le escribo este texto como ciudadana. Como consumidora. Como mexicana preocupada por el destino de mi país y por el papel que usted juega en su presente y en su futuro. He leído con detenimiento las palabras que pronunció en el Foro Qué Hacer Para Crecer y he reflexionado sobre sus implicaciones. Su postura en torno a diversos temas me recordó aquella famosa frase atribuida al presidente de la compañía automotriz General Motors, quien dijo: “Lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos”. Y creo que usted piensa algo similar: Lo que es bueno para Carlos Slim, para Telmex, para Telcel, para el Grupo Carso, es bueno para México. Pero no es así.

Usted se percibe como solución cuando se ha vuelto parte del problema; usted se percibe como estadista con la capacidad de diagnosticar los males del país cuando ha contribuido a producirlos; usted se ve como salvador indispensable cuando se ha convertido en bloqueador criticable. De allí las contradicciones, las lagunas y las distorsiones que plagaron su discurso, y menciono las más notables: –Usted dice que es necesario pasar de una sociedad urbana e industrial a una sociedad terciaria, de servicios, tecnológica, de conocimiento. Es cierto. Pero en México ese tránsito se vuelve difícil en la medida en que los costos de las telecomunicaciones son tan altos, la telefonía es tan cara y la penetración de internet de banda ancha es tan baja. Eso es el resultado del predominio que usted y sus empresas tienen en el mercado.

En pocas palabras, en el discurso propone algo que en la práctica se dedica a obstaculizar. –Usted subraya el imperativo de fomentar la productividad y la competencia, pero a lo largo de los años se ha amparado en los tribunales ante esfuerzos regulatorios que buscan precisamente eso. Aplaude la competencia, pero siempre y cuando no se promueva en su sector. –Usted dice que no hay que preocuparse por el crecimiento del Producto Interno Bruto; que lo más importante es cuidar el empleo que personas como usted proveen. Pero es precisamente la falta de crecimiento económico lo que explica la baja generación de empleos en México desde hace años. Y la falta de crecimiento está directamente vinculada con la persistencia de prácticas anticompetitivas que personas como usted justifican.

–Usted manda el mensaje de que la inversión extranjera debe ser vista con temor, con ambivalencia. Dice que “las empresas modernas son los viejos ejércitos. Los ejércitos conquistaban territorios y cobraban tributos”. Dice que ojalá no entremos a una etapa de Sell Mexico a los inversionistas extranjeros, y cabildea para que no se permita la inversión extranjera en telefonía fija. Pero al mismo tiempo usted, como inversionista extranjero en Estados Unidos, acaba de invertir millones de dólares en The New York Times, en las tiendas Saks, en Citigroup. Desde su perspectiva incongruente, la inversión extranjera se vale y debe ser aplaudida cuando usted la encabeza en otro país, pero debe ser rechazada en México.

–Usted reitera que “necesitamos ser competitivos en esta sociedad del conocimiento y necesitamos competencia; estoy de acuerdo con la competencia”. Pero al mismo tiempo, en días recientes, ha manifestado su abierta oposición a un esfuerzo por fomentarla, descalificando, por ejemplo, el Plan de Interconexión que busca una cancha más pareja de juego. –Usted dice que es indispensable impulsar a las pequeñas y medianas empresas, pero a la vez su empresa –Telmex– las somete a costos de telecomunicaciones que retrasan su crecimiento y expansión. –Usted dice que la clase media se ha achicado, que “la gente no tiene ingreso”, que debe haber una mejor distribución del ingreso. El diagnóstico es correcto, pero sorprende la falta de entendimiento sobre cómo usted mismo contribuye a esa situación. El presidente de la Comisión Federal de Competencia lo explica con gran claridad: Los consumidores gastan 40% más de lo que debieran por la falta de competencia en sectores como las telecomunicaciones. Y el precio más alto lo pagan los pobres.

–Usted sugiere que las razones principales del rezago de México residen en el gobierno: la ineficiencia de la burocracia gubernamental, la corrupción, la infraestructura inadecuada, la falta de acceso al financiamiento, el crimen, los monopolios públicos. Sin duda todo ello contribuye a la falta de competitividad. Pero los monopolios privados como el suyo también lo hacen. –Usted habla de la necesidad de “revisar un modelo económico impuesto como dogma ideológico” que ha producido crecimiento mediocre. Pero precisamente ese modelo –de insuficiencia regulatoria y colusión gubernamental– es el que ha permitido a personas como usted acumular la fortuna que tiene hoy, valuada en 59 mil millones de dólares. Desde su punto de vista el modelo está mal, pero no hay que cambiarlo en cuanto a su forma particular de acumular riqueza.

La revisión puntual de sus palabras y de su actuación durante más de una década revela entonces un serio problema: Hay una brecha entre la percepción que usted tiene de sí mismo y el impacto nocivo de su actuación; hay una contradicción entre lo que propone y su forma de proceder; padece una miopía que lo lleva a ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. Usted se ve como un gran hombre con grandes ideas que merecen ser escuchadas. Pero ese día ante los diputados, ante los senadores, ante la opinión pública, usted no habló de las grandes inversiones que iba a hacer, de los fantásticos proyectos de infraestructura que iba a promover, del empleo que iba a crear, del compromiso social ante la crisis que iba a asumir, de las características del nuevo modelo económico que apoyaría. En lugar de ello nos amenazó. Nos dijo –palabras más, palabras menos– que la situación económica se pondría peor y que ante ello nadie debía tocarlo, regularlo, cuestionarlo, obligarlo a competir. Y como al día siguiente el gobierno publicó el Plan de Interconexión telefónica que buscaría hacerlo, usted en respuesta anunció que Telmex recortaría sus planes de inversión. Se mostró de cuerpo entero como alguien dispuesto a hacerle daño a México si no consigue lo que quiere, cuando quiere.

Tuvo la oportunidad de crecer y en lugar de ello se encogió. Sin duda usted tiene derecho a promover sus intereses, pero el problema es que lo hace a costa del país. Tiene derecho a expresar sus ideas, pero dado su comportamiento es difícil verlo como un actor altruista y desinteresado que sólo busca el desarrollo de México. Usted sin duda posee un talento singular y loable: sabe cuándo, cómo y dónde invertir. Pero también despliega otra característica menos atractiva: sabe cuándo, cómo y dónde presionar y chantajear a los legisladores, a los reguladores, a los medios, a los jueces, a los periodistas, a la intelligentsia de izquierda, a los que se dejan guiar por un nacionalismo mal entendido y aceptan la expoliación de un mexicano porque –por lo menos– no es extranjero. Probablemente usted va a descalificar esta carta de mil maneras, como descalifica las críticas de otros. Dirá que soy de las que envidian su fortuna, o tienen algún problema personal, o una resentida. Pero no es así.

Escribo con la molestia compartida por millones de mexicanos cansados de las cuentas exorbitantes que pagan; cansados de los contratos leoninos que firman; cansados de las rentas que transfieren; cansados de las empresas rapaces que padecen; cansados de los funcionarios que de vez en cuando critican a los monopolios pero hacen poco para desmantelarlos. Escribo con tristeza, con frustración, con la desilusión que produce presenciar la conducta de alguien que podría ser mejor. Que podría dedicarse a innovar en vez de bloquear. Que podría competir exitosamente pero prefiere ampararse constantemente. Que podría darle mucho de vuelta al país pero opta por seguirlo ordeñando. Que podría convertirse en el filántropo más influyente pero insiste en ser el plutócrata más insensible. John F. Kennedy decía que las grandes crisis producen grandes hombres. Lástima que, en este momento crítico para México, usted se empeña en demostrarnos que no aspira a ser uno de ellos.

martes, febrero 03, 2009

Atención al detalle...


Cuando era niña, mi mamá tenía la creencia de que al crecer, yo sería monja. Desde los 5 años supliqué para que me metieran al coro de la iglesia (lo que logré un año después con presiones de mi abuela), en las fiestas patronales era la encargada de escribir la poesía conmemorativa y cuando salíamos de paseo, era OBLIGATORIO que antes de dejar la ciudad visitada pasáramos un buen rato visitando las iglesias locales.

La realidad es que mi afición clerical era toda ella profana: el coro era el único lugar en el que se me ocurría podía cantar en ese momento y al que me dejarían ir sin pretextos ni conflictos estilo "te va a descubrir un viejo feo y panzón y te va a violar" (en aquel entonces nada se sabía de los sacerdotes pederastas), la fiesta patronal me daba permiso de explotar mi sensibilidad lingüistica y el visitar las iglesias disfrazaba perfectamente mi secreta perversión: el arte sacro.

Me encantan al día las pinturas y el arte sacro en general. A través de él tuve acceso a muy tierna edad a películas gore que mis papás nunca jamás me habrían permitido disfrutar en la sala de mi casa. En el arte sacro hay de todo: muertos que se salen de sus tumbas, demonios que torturan a la gente, mutilaciones, quemas de brujas, mujeres a las que les cortan los senos, hombres a los que los avientan a los leones, niños a los que les quitan los ojos, la ira de Dios expresada en las formas más tremendas, desnudos, infiernos, fantasmas, terror, caos, destrucción, pocas veces salí decepcionada de mis visitas culturales y en mi familia podían estar en paz creyendo que tenían a una niña muy devota.

La imagen de arriba, retablo central de los 3 que componen la obra de "El Jardín de las Delicias Terrenales" pintada por el Bosco, es una de mis pinturas favoritas y aunque no es arte sacro propiamente, tiene como base temas religiosos lo cual (prejuicio personal) lo llena de detalles perversos. Este fin de semana en el que terminé semestre y con él las tareas, finalmente pude terminar de armar el rompecabezas que de esta pintura tengo y fue la pura gozadera.

Pude como nunca, ver de muy cerca los elementos de la pintura y encontrar cientos de imágenes que a simple vista no se ven. Animales, calaveras, sexo en formas increibles y con objetos, plantas y animales varios, me sumergi en la infinita variedad de rostros pintados, en las muchas expresiones que sólo se distinguen cuando se les tiene a 3 centímetros de los ojos y eso sólo en el retablo del jardín (la imagen en cuestión). El tercer retablo corresponde al infierno, consecuencia segura de todo aquel que se entrega a la concupisencia y como buena pintura medieval (de nuevo, prejuicio personal), está llena de obscuridad y castigos fascinantes, que ya los hubiera querido Hellraiser. Asi que el siguiente rompecabezas, una vez que termine el Nacimiento de Venus y el Guernica que me trajeron los reyes mientras las tareas así lo permitan, será el infierno de El Bosco.

Es una buena sugerencia si se quieren poner monos en el próximo día del amor y la amistá, y ya entrando en favores, en su tienda de entretenimiento para ñoños más cercana seguro hay un pegamento para rompecabezas con el que me pueden hacer muy feliz.